Trece por una docena

Don Latino de Hispalis, ese abogado avispado y ágil calculador, no se apartó ni un solo momento de las experiencias que su sesudo entendimiento le habían procurado y, dotado como pocos de sutiles ardides y manifiesto carisma, siguió “jugando” en torno al número doce o docena de objetos.

            Se acercó a él otro día un rico heredero (de joven muy jaranero, un galán y algo torero) encargándole que le procurara para sí y para las tres familias que con él convivían en su esmerado cortijo, doce jacas negras que sombrearan Sierra Morena por el día e hicieran retumbar el llano por la noche.

            Don Latino, que si sabía de herencias, pues él mismo supo aprovechar su suerte y hacer fortuna de una manera muy española, que fue casarse con una, viuda de gran fortuna; más aún sabía de docenas y decenas de trucos, oyó sin pestañear el encargo; entendió perfectamente y adivinó que hay familias y familias: es decir que para el rico heredero habría de conseguir la mitad del encargo; y para el capataz para las familias de los mozos de cuadra la otra mitad. Ojeó picaderos y cuadras de la zona; buscó las azabaches bestias que los habitaban y se paró en una de las más renombradas cuadras de los alrededores de Sevilla, la ciudad que más afortunadas posibilidades le había ofertado, y de la que más calles y lunas había fatigado, de ahí que lo llamaran el de Hispalis. Allí le presentaron una cuadra de impresionantes presencias negras, inquietas, silenciosas.  Dijo que quería una docena de yeguas, pero en tres lotes: uno de media docena, otro de un cuarto de docena y un tercero de un tercio de docena; pues son, dijo, para tres familias distintas, aunque sin la misma distinción entre ellas, pues sólo una era distinguida.

            Cerró el trato con el alguacil de turno, firmaron papeles, pues debía estampar su firma como factor notorio que era de su cliente, pagó a precio alzado (que siempre es más ventajoso) y al final espetó al alguacil: Mañana mandaré recoger LOS TRECE azabaches equinos covenidos. ¿Trece?, contestó el alguacil, ¿no serán doce?. Sí, sí, trece, contestó Don Latino (ese trueno, pero que no faltaba, con un cirio en la mano, ni un solo año a la adoración del nazareno). Mira lo que hemos escrito, prosiguió: para la primera familia (la del señorito), media docena, es decir, seis. Para la segunda (la del capataz), un tercio de docena, o lo que es lo mismo, cuatro. Y para la tercera (la de los mozos), un cuarto de docena, o sea,  (tres). El alguacil, enfurecido por su mala cabeza, contaba y contaba cada testa del ganado y siempre a la misma conclusión que el avispado abogado decía llegaba : había firmado la entrega de trece jacas. El resultado es que al rico heredero se le entregaron doce jacas y que la más señera, lustrosa y desafiante de todas se la quedó Don Latino..a quien esa noche se le vio endulzando manzanilla en la ciudad rimada. Y estaba junto al rico heredero, diz que hablando de negocios…

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